En
el artículo anterior, dejamos algunas interrogantes planteadas en relación a la
etapa de formación en el proceso de desarrollo profesional. Además, esta etapa
cuenta con un mecanismo de control permanente en el tiempo y que se ha
denominado ACREDITACIÓN.
Ya
en su definición aparecen algunas preguntas que nos gustaría dilucidar y
responder de manera objetiva, en relación a la “certificación de la calidad de
los procesos internos”: ¿Qué procesos?, ¿Cuál es el método aplicado?, ¿Existen
estándares de aplicación e indicadores claves para medir su efectividad?
Si
nos ponemos en la posición de certificar la calidad de los procesos internos de
la Institución Educacional, automáticamente aparece la comparación con las
Normas ISO 9001, de aplicación generalizada en las organizaciones que producen
bienes y servicios y que establece el modo en el cual una empresa debe trabajar
para aportarle calidad a aquello que producen. Esta norma propone estandarizar
la actividad del personal, monitorear y medir los procesos, promover la mejora
continua y satisfacer las necesidades de los clientes. La certificación la
realizan entidades que aplican auditorías a los procesos internos, validando que se realicen sistemáticamente según lo
definido, pero no certifica que los productos o resultados sean de nivel
superior y comparables a otras empresas con similares procesos.
Desde
esa perspectiva de calidad, si no tenemos estandarizados los planes de estudio,
los contenidos, las técnicas de enseñanza, los medios y recursos para enseñar,
la calidad de los profesores, la duración de la carrera en las Instituciones de
Formación Profesional, la ACREDITACIÓN no es un aporte de excelencia a la
formación profesional. Entendiendo que la excelencia la logramos mediante la efectividad
de la educación (perspectiva país que conjuga demanda de profesionales,
desarrollo requerido por el país y orientación futura de las carreras), la eficiencia
de la formación (proceso de desarrollo profesional presentado en el grafico
anterior) y su sustento en el marco productivo y social. Si la
formación profesional no está estructurada como un pilar clave para el
desarrollo del país, todas las actividades que lo sucedan serán meros elementos
de adorno. Sabemos que para avanzar necesariamente debemos mejorar, pero no
podemos enmendar rumbo sin tener, indicadores claves que nos permitan
navegar equilibradamente entre la oferta
y demanda de profesionales y no generar falsas expectativas en los futuros
profesionales.
De
qué sirve una acreditación oficial si no transmite confianza a las empresas
(clientes) que demandan a los futuros profesionales. Hoy existen procesos de formación de profesionales
“marmicoc” o fast track y de pizarra, acreditados y no acreditados, cuyos planes de estudios, de uno o más años,
se preparan sin tener orientación a las necesidades del mercado y con nombres
similares a carreras tradicionales. Particularmente, estamos en una crisis de
exceso de producción de profesionales de la Ingeniería que tienen una alta
dispersión de formación, inicialmente gatillada por el uso indiscriminado del
término “Ingeniero”, cuyo uso se ha generalizado para denominar estudios que
distan mucho de su significado y aplicación práctica real. Por ejemplo, se
utiliza el nombre Ingeniero industrial que se parece mucho a Ingeniero Civil
Industrial y a Ingeniero Civil de Industrias, pero su orientación es la
Administración de Empresas; otro ejemplo es el de Ingeniero en Administración,
Ingeniero en Geomensura, etc. Claramente, antes de pensar en un proceso de
acreditación, debiéramos estandarizar la estructura de nombres de las carreras
profesionales, pues no podemos tener títulos profesionales con distinto nombre
y el mismo alcance o títulos profesionales con nombres iguales o parecidos y
distinto alcance.
La
acreditación debiese certificar el conocimiento al término de la formación y,
por tanto, debiera recaer sobre las carreras profesionales y con un plazo
indefinido. Además, la acreditación debiera tener al menos una Universidad
garante de los estudios, de modo que cuando desaparece la Universidad o pierde
su acreditación, los alumnos puedan optar a tener el título o finalizar sus
estudios en dicha Universidad.
Tan
importante como la acreditación y los aspectos que deben acreditarse, es el
organismo que tiene la responsabilidad de acreditar las carreras profesionales.
Nuestra propuesta considera que existen al menos tres entes que debieran formar
parte de cualquier estructura que se defina: Los colegios profesionales, los
Consejos de especialidades inter universidades y el Estado. Los Colegios
profesionales, como organizaciones garantes de que los profesionales
ejerzan su profesión únicamente en las áreas en que son competentes, observando
cuidadosamente los principios, leyes y normas de la profesión, los Consejos
de Especialidades Inter Universidades, como formadores y conocedores de los
requisitos para formar los profesionales y el Estado, como orientador de
las políticas de desarrollo del país.
Este
organismo Acreditador será el responsable de estructurar el método que se
aplicará para acreditar y los Indicadores Claves que permitirán mantener la
acreditación en el tiempo.
Julio Villegas Carvajal
Ingeniero Civil Industrial
Presidente Consejo Zonal O´Higgins
Colegio de Ingenieros de Chile A.G.
Registro N° 24.364-7
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