Según
la mitología griega, Cronos era el dios del tiempo, hijo de Gea y Urano, padre
de los principales dioses, que destronó a Urano para gobernar la edad
dorada, invencible e
inevitable. Conocido por
los romanos como
Saturno, inspirador de los famosos y no menos perturbadores cuadros de
Rubens y Goya, en que lo presentan devorando a uno de sus hijos (Ambos en el
Museo del Prado, Madrid), no obstante en los relatos originales se los tragaba
completos, única forma en que podrían ser rescatados por su hermano Zeus.
Asesino
silencioso que ni la ciencia ha logrado vencer, solamente estudiar y analizar.
Diversos autores lo han tratado con el respeto que amerita tan antiguo
personaje; mientras José Ingenieros, en su obra “El Hombre Mediocre” asocia el
paso del tiempo con la cercanía al crepúsculo de la vida y la consecuente
degradación y deterioro del cuerpo y de los elementos que coexisten en él, tal
como la inteligencia y las emociones; otros más contemporáneos como Stephen
Hawking lo han estudiado a partir de la relación del tiempo y el espacio, como
su obra “Breve historia del Tiempo”;si otro autor más romántico, chileno, que
es nuestro Pablo Neruda con su “Oda al Tiempo” lo han convertido en el
articulador de la unión final y definitiva de dos seres; mientras desde la
arista del séptimo arte, en la película “Groundhog Day” o “El Día de la Marmota”, el
protagonista se encuentra en un Bucle de Tiempo, reviviendo infinitamente el
mismo día, generando la poco convencional comparación entre el tiempo y el
infinito, pese a que uno es una variable continua y el otro es una referencia
objetiva de medición de todas las otras variables.
Pero
¿qué pasa cuando tomamos al tiempo como una variable que interviene a favor de
nuestros intereses?¿Podemos efectivamente detener, retroceder, adelantar,
limitar, transar o jugar con el tiempo?
Es tan
relativa la variable como lo son los diez minutos de un hombre moribundo, de un
expositor que preparó demasiadas diapositivas o de un estudiante que debe recorregir
una pregunta en un examen, frente a los interminables diez minutos de espera en
la fila para acceder a un cajero automático con dinero un fin de semana largo
coincidentemente con el término/comienzo de mes o al conductor que llega a la
fila de salida de un estacionamiento en que el primero de la fila de vehículos
no prepagó su ticket de salida y puede que los diez minutos de gracia desde el
pago no sean suficientes hasta llegar a la barrera.
Los
segundos pasan lento y rápido según el lector además de todas las otras
variables intervinientes en el gran algoritmo del multiverso. Lectores ansiosos
buscan los misterios del bigbang y los
más pausados el significado de la vida,
no obstante no alcanzará con una vida para conocer siquiera una
pequeña parte de nosotros mismos. Es en ese orden de ideas que el análisis que
Platón adjudica al maestro Sócrates a partir de su diálogo con Menón, en que
desconfía de su conocimiento certero, redundando en que ni siquiera tiene
certeza de aquello que tiene certeza: “Sólo sé que nada sé” tiene más sentido
del que solo las palabras y su concepción original generan: mientras más se
estudia una materia, más se identifican nuevas dimensiones inexploradas, nuevas
contradicciones, nuevos paradigmas entrelazados en una concatenación sin fin,
infinitamente infinita.
Pasado
el recuento previo, es posible preguntarse ¿Se puede hacer algo más que
simplemente someterse al transcurso del tiempo? ¿Se puede engañar al tiempo?
¿Se puede vencer al tiempo? El análisis más básico nos indica que es imposible,
sin embargo, sin darnos cuenta a primera vista, hemos podido comprar y vender
tiempo. Cada vez que utilizamos la tecnología y los avances científicos que ha
logrado la humanidad compramos un poquito de tiempo. Si en vez de tomar una
ruta común utilizamos una vía rápida de pago estamos comprando tiempo, si en
vez de dirigirnos a un centro de internet utilizamos un teléfono inteligente
con acceso a red también estamos comprando tiempo, así como en aquellas
ocasiones que en vez de hacer un viaje interprovincial o internacional por
tierra preferimos utilizar el avión estamos, de una u otra forma, comprando el
esquivo tiempo.
Si sumamos todos los minutos que ganamos con
estas simples acciones, probablemente habremos ganado esos diez minutos que le
faltan al moribundo, al expositor que preparó muchas diapositivas en Power
Point o al estudiante que, al hacer la revisión final del examen que está
rindiendo, se da cuenta que debe corregir completa una respuesta de desarrollo.
En resumen, quién sabe si Cronos o Saturno tendrá una respuesta para esto, si
en diez minutos de lectura de Stephen Hawking queda un poco más claro el asunto
o nos damos cuenta que sabemos un poco más que diez minutos antes, por cortesía
de Sócrates, o si basta con un poema de Neruda para dar al tiempo un cariz
benévolo y conciliador, si en un Bucle de Tiempo tenemos suficiente para
comprender un poco mejor la filosofía ruda de José Ingenieros o si , en
definitiva, todo es solamente cuestión de tiempo.
Rodrigo Escudero Muñoz
Consejero Especialidad Industrial
Colegio de Ingenieros de Chile A.G
@ing_escudero
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